La piel de la pintura, por Eloísa Oliva



Acerca de “Sensacional”

I

Es una tarde tormentosa de octubre, la ciudad oscila entre el sol y los relámpagos. En un rato, seremos veinte mil personas ocupando las calles, vestidas de negro; una divisa para decir “no más patriarcado”. Pero ahora llego a Unidad Básica, “el primer museo de arte contemporáneo de Córdoba”, cuyo nombre rápidamente se asocia al gran movimiento de masas de la historia argentina, pero que tiene una lectura anterior: lo primero que surge después de una tabula rasa, la unidad mínima del ser que insiste en volver a emerger, en su condición de irreductible, indisciplinable.
Como en toda institución que se precie de serlo (aunque sea micro), algo no funciona. En este caso, y acorde a la escala, es el timbre. Igual, consigo entrar. Me reciben Carla Barbero (curadora y una de las responsables del museo) y Guillermo Córdoba, el artista con quien vengo a conversar.
El museo abarca solamente el pasillo. El resto es vivienda. Nos vamos a la terraza, donde una mesa de cemento brilla, verdosa, contra el cielo espeso. “Un cielo de Chirico”, me dijeron una vez. Este es un auténtico cielo de esa categoría. Un cielo con nombre de pintor para hablar con el pintor que no es, con el pintor digresivo, el que elige el meandro de la representación.

II
“En mi horizonte de deseos está ser pintor. Pero después, cuando me pongo a pintar, termino haciendo otra cosa. La dispersión es parte de mi método. No me concentro en algo sino que, si deseo pintar, hago otras cosas que tienen que ver con la práctica, empiezo a jugar con el espacio y a disponer cosas. Ahora ya sé que esa idea del plan original, de respetarlo, no funciona conmigo”.
Así explica Guillermo el origen del gesto que concentra, en un entramado de cinta de papel de dos metros por metro y medio, capas, fragmentos, polvillo, una especie de arqueología o disección del proceso del pintor. De lejos, parece un lienzo; de cerca, el ritmo íntimo de las imágenes en las que vivimos, los píxeles.
Guillermo me cuenta que empezó a pedir paletas a pintores para lijarlas y atesorar el polvillo, a pintar superficies para después arrancar lo que el material cediera. En el curso de la conversación, él los llama “residuos”, para corregirse al rato y hablar de algo tan corporal y delicado como “la piel de la pintura”. A mí se me viene a la mente la palabra detritus, que es el “resultado de la descomposición de una masa sólida en partículas”. Después viene el modo en que ese detritus –y el resto de los materiales coleccionados por el artista– es usado. A mí me recuerda un poco al gesto del escultor y otro poco al del cartonero.

III
En realidad, Guillermo Córdoba sí es un pintor, yo lo llamaría (en el caso de estas obras) “un pintor aquejado de literalidad”. Si uno se atiene al significante “pintura”, su significado más inmediato es el de ese material viscoso que tiene un tinte, un color y que, desde hace siglos, se usa para la representación pictórica, el espacio bidimensional donde, a través de convenciones ópticas, leemos algo. Guillermo se corre de la convención y vuelve al material, lo trata como a un objeto en sí, un objeto extrañado ahora que perdió su condición de uso y de resto. Mediante esta literalidad, el fuera de campo se apodera de la escena.

IV
Esta es una advertencia: por lo general, el arte contemporáneo ofrece una especie de condensación extrema de la experiencia que, a los amantes de la narrativa, nos desafía a reponer o ficcionalizar.

V
Pero volvamos a la muestra. Ahora ya es domingo, la vereda del museo está concurrida, y las personas se turnan para entrar. En la sala de Unidad Básica, hay más cosas que las enunciadas. En la pared opuesta al entramado de cinta de papel, hay un espejo, una manija, y un fragmento de mayores dimensiones de esas capas de pintura, al cual se le colocó una cadenita y puede usarse como collar. Acá aparece el montaje, las sutiles relaciones que se generan por el choque de esos objetos: el collar alude a lo suntuoso y lo suntuario, y el espejo, el espejo, una superficie opaca que devuelve otra superficie, o un lugar donde Guillermo se prueba el traje de pintor.

Octubre 2016