Retrocede, ¿serás capáz de ello?, por Natalia Lorio



A propósito de “Eso sin después”

 

“amor amor amor hemos llegado al comienzo aquí las arenas calientan tu cuerpo lo desnudan hasta mucho más allá de la carne pero antes de la carne eleva su himno de gloria estallan los filamentos los cóndilos las hebras que chorrean bilis y sangre y las grutas llenas de estalactitas cada gruta con su nombre y su incógnita ya no la gruta de donde surgen los nombres sino la gruta pegajosa y brutal del origen allí donde nadamos y volamos en busca de lo imperecedero en busca de tu materia ir por detrás hacia tu esófago ir por la cloaca de la belleza por los féretros desguarnecidos anhelantes no hay nada más que eso y eso es todo lo que hay el hálito o el ritmo de los cuerpos entremezclándose hasta desfallecer en la unidad nadar y aullar en la nada de la unidad en la destrucción y creación de la unidad”

Oscar del Barco, Las campanas no tienen paz

 

Un muro tiene la escena de la escritura de una escena*. La escena y su escritura invocan, llaman: desde el momento en que aprendemos a leer y descifrar la concatenación de espacios y letras estamos condenados a que nuestra mirada lea. Sin embargo, sabemos, nuestra mirada lee sin querer leer, sin querer leer encuentra aquello que espera agazapado; pero eso no basta; luego está aquello que resuena, choca, roza, toca, conmueve, hiere, seduce en eso escrito. La escritura dice la escena de un llamado a la atención, a la atención y a la lectura y, a la vez, pone un freno, pone un límite. Quiere contacto pero no cualquier contacto, dice ven y dice retrocede. Quiere la exposición, pero en ella quiere disolver el mensaje expuesto, disolverlo en su exposición, convertirlo en secreto (Ley del tacto y Ley de secreto). Aun cuando es gritado o aullado quiere el secreto.

Esta pequeña caverna no alberga el cadáver de un hombre con cabeza de pájaro, ya no contiene la herida del bisonte, ya no muestra las vísceras tibias expuestas al aire y al tiempo; tampoco aloja las delicias de los cuerpos en el acto erótico, los velos drapeados a punto de dejar al desnudo los órganos en su urgencia, librados al juego de la desposesión y el arrebato (al gusto agri-àcido de los jugos genitales, al olor inhumano de la piel, al golpe y fricción rítmica de los vellos); tampoco están aún figuradas la violencia o la crueldad de la carne mutilada, expuesta en su belleza horrorosamente mancillante y sangrante. No, encontramos la escritura en su caligrafía cuidada, la letra bella y correctamente formada, pero en este caso, dando a leer lo informe, deformando y violentando sentidos. Pero más aún, esa caligrafía-bien-formada huele mal: huele a huesos quemados, a cuerpos y rostros quemados, huele a ácido, a polvo, a tierra, a mugre.

Un secreto ante el que nos tapamos la nariz (o bien respiramos a cuenta gotas para poder soportarlo).

No es un Detente! El imperativo que acecha en el muro – en un susurro a gritos, exclamando su secreto- “tu que has leído, que has visto, que has escuchado la voz de este umbral, que llegaste hasta aquí, debes volver sobre tus pasos , Retrocede!

 

Anoche soñé con Meloni, ahora llamada Beatriz ¿Beatriz? Una Beatriz de este infierno, que nos conduce por este infierno, por nuestros círculos, que nos lleva de la mano y nos detiene, que nos impone pensar en una ética en el arte, una ética del arte no sin violencia.

 

 

 

Junio 2017

*”Una de las etimologías de la palabra obsceno sería la palabra latina obsena, lo que no puede ser mostrado en escena. Ahora bien, ¿qué puede estar más oculto que el origen? El origen de las cosas, de la vida, no puede ser mostrado porque no estábamos allí: el big bang resulta entonces un artificio cómodo, el mundo, las cosas, naciendo de golpe, tomando impulso a partir de nada, de un punto ex nihilo“- Corinne Maier, Lo obseno, Nueva visión, p, 15.