Transitar el duelo. Archivo, montaje y oficio para establecer un diálogo, por Carolina Romano



Sobre “Curar al padre”, de Juan Der Hairabedian

“Quizás, tal como la biblioteca de Alejandría, todo archivo se funda en el desastre (o su amenaza) empeñado en combatir una ruina que no puede prevenirse”.

Hal Foster

1- Esta es la historia de un tránsito. Esta es la historia de un duelo. Es la historia de un concepto curatorial que difícilmente pueda ser más sintético: él-en-mí. Una síntesis que, sin embargo, es inversamente proporcional a las evocaciones que consiente. Esa percepción íntima e intensa, él-en-mí, se nos presenta a partir de un archivo fragmentario que quizás tenga como notas particulares su carácter dual, material y silencioso. Dual porque Juan y Karekin, Karekin y Juan, están en cada uno de los objetos dispuestos en la sala pero principalmente en el vínculo que esos objetos establecen entre sí. Material porque cada pieza, aun cuando remite a otros objetos y experiencias, se define fundamentalmente como un cuerpo matérico que admite ser descifrado a partir de las marcas que lleva consigo. Esos objetos circunstanciales y arbitrarios denotan otros tiempos, diversas lenguas, distintas culturas, acontecimientos irrepetibles. La fotografía de una fiesta de carnaval organizada por la Colectividad Armenia de Córdoba, a comienzos de los años cincuenta, yuxtapuesta a otra que registra una acción performática en Brasil, más de cincuenta años después, nos remiten tanto a la relación amorosa entre un padre y un hijo como al destino de la colectividad armenia que llegó a la cultura multiforme sudamericana. Los bocetos amarillentos donde se han representado estrellas de cine y la reproducción de una imagen publicada en la revista Docta aluden a prácticas del dibujo ciertamente diferentes. Aquellos a una deriva placentera en el espacio vital, la hoja de revista a un proyecto lúdico que es el fruto de la práctica profesional del ejecutante y circula mediante la reproducción técnica por ciertos circuitos editoriales. La ingeniosa bragueta de una sola pieza, un teorema o disímiles logotipos son tanto los vestigios de experiencias, intereses o circunstancias de sus autores como huellas e indicios de las diferentes ciudades, aunque todas sean Córdoba, que posibilitaron esas empresas. La mesa auxiliar de madera junto a una fotografía señalan propósitos de cada cual al tiempo que realizan un discreto y silencioso homenaje a lo que los conecta. Un legado, una herencia, que lejos de ser mandato inexorable se precisa como sedimento necesario desde el cual desplegarse. La tercera nota particular de este archivo puede residir en su carácter silencioso. Hay una decisión que elude comunicar los criterios que lo informan, evita expresar las razones que organizan la instalación, escamotea buena parte de la sus cualidades. A diferencia de otros proyectos de arte contemporáneo que adhieren a un impulso de archivo que transparenta sus mecanismos, este echa por tierra la comunicación de su lógica archivística o de las citas a las que recurre. Pero aun prescindiendo de esas marcas, Curar al padre se configura como práctica de archivo a través de otras estrategias: tensar al máximo las nociones de originalidad y autoría, las de producción y post-producción. Como agudamente señala Hal Foster “la figura del artista como archivista es una continuación de la del artista como curador”. Este límite inestable entre lo dado y lo creado, lo real y lo ficticio, lo público y lo privado, el documento y su construcción subraya no solo la naturaleza incompleta y problemática de este archivo, y la de cualquier otro, sino también su ambición utópica: combatir una ruina que no puede prevenirse.

“Quien alguna vez comenzó a abrir el abanico de la memoria no alcanza jamás el fin de sus segmentos; ninguna imagen lo satisface, porque ha descubierto que puede desplegarse y que la verdad reside entre sus pliegues”.

Walter Benjamin

2- Podríamos arriesgar que esta es, también, la historia de un ejercicio curatorial como procedimiento artístico. Procedimiento que basa su hacer poético en el montaje –y aquí el término señala tanto un modo de edición como una estrategia de exhibición–. Por una parte la observación de las relaciones entre los materiales reunidos en la instalación nos conduce a ciertas estrategias del surrealismo cuando explora la condensación de elementos lejanos o discordantes para revelar, a través de la articulación establecida, un vínculo inadvertido aunque no inmotivado. La aproximación, superposición o contigüidad de registros de diferente orden cobran sentido en el conjunto más que en la autonomía de sus términos. A la manera del collage, cada objeto instalado remite a su contexto particular y simultáneamente reenvía a otros contextos –una heterotopía– que en su colisión decantan un tercer término. La diferencia entre ellos, su discontinuidad, genera una tensión irresoluble que también podría, aunque con otros argumentos, vincularse con el procedimiento de montaje a distancia de Peleshian que Juan Der Hairabedian tan bien conoce. Estas operaciones consiguen introducir una distancia entre los objetos y las figuras de Juan y Karekin desalentando tanto una interpretación en clave autobiográfíca como una en clave biográfica. Las discontinuidades introducidas minan tanto la exposición de la intimidad como el tono celebratorio del homenaje. Ya sea dispuestos a una distancia reflexiva, ya colocados uno sobre otro o equiparados en una disposición que estimula su cotejo puede percibirse cómo la idea de montaje curatorial reverbera en cada ambiente. Los espacios entre sus formas son el elemento privilegiado y en este punto no es necesario recalcar que el curador es escultor. En tales intersticios es donde la memoria puede desplegarse sin fijarse. Esas fisuras permiten indagar en el pasado, relatar conexiones que no parecían posibles, desviarse de relatos totalizadores.

“Está el amor, dijo en una ocasión, y está el trabajo al que se entrega la vida, y uno solo tiene un corazón. Así que se vio obligado a escoger. Puso su corazón en el trabajo”.

John Berger 

3- En fin, posiblemente podríamos añadir que esta es la historia de un amor compartido por el oficio. Una mañana luminosa en el estudio de Juan advertí las huellas de un trazo de grafito sobre la bandeja calada por su padre. Las marcas me condujeron a imaginar un hombre por entero aplicado a resolver el problema de la disposición de esas formas sobre la madera terciada. Una sensación entrañable se perfiló al intuir los ensayos, que procuran prever los resultados, en los residuos tenues que había dejado el lápiz sobre la superficie. A su vez, la afición de Juan por sopesar los detalles de la instalación y la sutileza con que ensayaba diferentes distribuciones espaciales hacían evidente el lugar de importancia que, como su padre, asignaba al metier. Los objetos realizados por uno u otro muestran que el oficio puede ser entendido como un puente que vincula a quien ejecuta la acción con el material que trata. Dejar aparecer una veta en la madera cuando se la pule, ejecutar arabescos sobre una superficie de terracota sin desconocer su naturaleza porosa y áspera o diseñar un corte textil que evita desperdicios del material y, con ellos, la dilapidación de energía de quienes fabrican la tela resignando sus horas señalan que en la técnica, como propone Benjamin, se desarrollan los postulados políticos de una obra. Ese hacer sin discurso es el lugar más adecuado para percibir la manera en que el hacedor de un objeto concibe su tarea, es el espacio privilegiado donde acercarse a sus ideas acerca de quiénes serán los destinatarios de su faena. El compromiso y la receptividad hacia el material, el desarrollo de procedimientos inéditos, establece los canales entre quien produce un objeto, estético o no, y sus interlocutores. A contrapelo de lo que relata John Berger a propósito de Degas en el texto del epígrafe, Juan y su padre parecen no haber quedado atrapados en esa disyuntiva que impone elegir entre los afectos hacia las personas y el amor al trabajo. La consideración sensible hacia la técnica que desarrollan, su entrega al trabajo se bifurca en caminos inesperados: el que los vincula entre sí, el que se ramifica para conectarlos con el espacio colectivo que los excede y con lo que aún no acontece, el que ahora mismo nos reúne en torno de sus oficios.